Cuando se mira superficialmente, parece que el momento presente es uno entre muchos,
muchos momentos. Cada día de tu vida parece estar compuesto por miles
de momentos en los que ocurren distintas cosas. Pero, si miras más a
fondo, ¿no hay siempre un único momento? ¿No es la vida siempre «este
momento»?
Eckhart Tolle

lunes, 17 de octubre de 2011
miércoles, 5 de octubre de 2011
esto...
Estoy hablando con una mujer. Me cuenta que tiene el sueño
de regentar, un buen día, un hotelito cerca de la costa. Entonces me doy cuenta
de que, mientras está contándomelo, sus ojos se empañan y de que lo mismo
ocurre con los míos. Es como si aquí no hubiese nada que reflejase lo que
ocurre ahí. Y, cuando no hay nada que alcanzar, sólo queda una abertura total a
los demás, un espacio abierto que acepta por igual todo lo que acontece. Es por
esto por lo que, cuando sus ojos se empañan, también lo hacen los míos. ¿Hay
acaso alguna diferencia?
Cuando no hay nadie, tampoco hay nada que lo bloquee. Y,
cuando no hay “yo”, tampoco hay “tú” separado. Lo único que hay son voces,
rostros, ojos empañados por las lágrimas. Lo único que hay es lo que está ocurriendo.
El espacio se llena entonces con todo lo que ocurre. Es por esto por lo que,
cuando esa mujer me cuenta su historia, me fundo con ella y yo también quiero
regentar un hotelito cerca de la costa. Y ese deseo cala tan hondo en mi
interior que conmueve mi corazón y rompo a llorar.
Estoy viendo la televisión. Un hombre que acaba de ganar
mucho dinero en un programa dice que, por vez primera, podrá irse de vacaciones
con su familia. Ríe, grita y llora de alegría… y también esto ríe, grita y
llora de alegría. No hay nada que nos separe. ¡Qué contenta se pondrá mi
familia cuando se entere!
En la televisión aparecen imágenes de una hambruna en
África. Una niña somalí, toda piel y huesos, mira fijamente, desde sus ojos
hundidos, a la cámara. Y, como nada se interpone en la visión de esa pobre
niña, me fundo con ella. Y, cuando me veo a mí mismo, ella entra en mí y todo
se cura.
Estoy en un tren y, sin motivo aparente, un hombre grande y
calvo empieza a gritarme. Creo que está borracho. Tiene el rostro enrojecido
por la ira y levanta los puños amenazadoramente. Yo soy ese hombre. Siento la
ira, la violencia y, por debajo de todo, la ansiedad, el miedo y la contracción
que acompañan toda sensación de identidad separada. Yo he sido ese hombre y
ahora vuelvo a serlo. Y él es yo, que ha venido a encontrarse conmigo en la
estación de Brighton a las 12 y 23.
Cuando la mujer deja de hablar del hotelito de sus sueños,
las lágrimas se desvanecen. Ya no queda, de ellas, el menor rastro. Todo ha
desaparecido y empieza un nuevo despliegue.
Cuando acaba el programa de televisión, cambio de canal y
aparece la teletienda. La risa, la alegría, el dinero y la familia desaparecen
entonces y me quedo fascinado con el número 176387. ¡Qué hermosos colores! Y,
cuando me sumerjo en la teletienda no queda, del programa anterior, el menor
rastro. Bien podría haber ocurrido hace un millón de años. Esto lo reemplaza
todo.
Cuando suena el timbre, dejo atrás la imagen de la niña
hambrienta. En la puerta está mi amigo. La niña hambrienta ha desaparecido y,
en su lugar, ahora está mi amigo. Y lo más extraordinario es que esto es todo
y, al mismo tiempo, no es nada. No es una cosa concreta. Una cosa se ve
reemplazada por otra y no hay manera de saber lo que vendrá a continuación. El
amigo reemplaza a la niña moribunda, el hermano sustituye al amigo, el
dependiente deja atrás al hermano y el gato reemplaza al dependiente. Y todo
ello emerge, de manera inocente, de lo Desconocido.
Me alejo del hombre enfadado y la ira se desvanece de
inmediato. Es como si jamás hubiese estado ahí. Otra cosa ocupa entonces su
lugar, luego otra y después otra más. Aquí hay espacio suficiente para todo. Alegría,
ira, miedo, tristeza, risa, lágrimas, etcétera. Todo es aquí bienvenido.
No hay modo alguno de impedir el flujo de la vida. Aquí no
hay nadie, sólo la experiencia pura, sin censura ni filtro alguno. De hecho,
mal podríamos llamarla siquiera “experiencia”, porque no hay nadie que la
experimente. Sólo hay esto sucediéndole a nadie. Nadie llora, nadie se enfada y
nadie ve la televisión.
Pero esto no es un vacío. Es un espacio saturado de vida. Un
espacio que se ve ocupado por la mujer que quiere dirigir un hotelito junto al
mar, por la niña hambrienta y por mi amigo de pie ante la puerta. Tú proporcionas
la solidez de la que yo carezco. La historia del tiempo y del espacio ha muerto
aquí, pero tú la mantienes funcionando para mí. Aquí no hay nadie pero, cuando
entras en escena, “aquí no hay nadie” se revela súbitamente –como todo
concepto- falso.
¿Qué es lo que queda, cuando no estás aquí, para ser todo lo
que es?
Lo único que queda, cuando el testigo se colapsa en lo
testimoniado y la conciencia se funde con todos sus contenidos, es la fascinación
profunda y completa ante todo lo que ocurre.
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